Mientras trato de organizarme y de aprovechar la mañana (me levanté temprano, 7:40, aunque el plan era 7:30 pero me cuesssssta…), sentada en mi escritorio y con Bernardo entretenido en su cuarto, escucho a la vecina de enfrente con sus gritos de casi siempre y no puedo más que agradecer que finalmente se mude del edificio. No duró nada, menos de un año. La señora es groserísima y enojona, una verdadera bruja. De esas señoras cincuentonas, chaparritas, de pelo negro corto y rizado, que se sienten las más elegantes y con clase, y que por supuesto tienen todo menos eso.
Cuando llegó al edificio, en diciembre del año pasado, Victor y yo le dimos la bienvenida amablemente y nos pusimos a sus órdenes, ya saben, y aunque al principio parecía muy amable y pensamos que sería una excelente vecina (sola, “tranquila”, sin hijos…). Me latió el día en que organizó una comidita pre navideña y empecé a escuchar su música y a oler el bacalao que preparaba, me dije, “esta va a ser la vecina ideal”… Pero tiempo después, no mucho, mientras le daba pecho a Bernardo, la señora se puso a gritarle, en las escaleras, a la vecina de arriba porque ésta le tiraba agua del balcón y ensuciaba sus vidrios. Se puso súper rudo el asunto, muy violento, y me molestó tanto que se pusiera a gritar de esa manera (y que dijera las cosas que decía) que salí a mi puerta y cuando bajaba por las escaleras, le pregunté amablemente si necesitaba ayuda. No saben cómo se me puso, no supo modular su voz conmigo y claro que me gritoneó a mí también. Me dijo que ella no necesitaba ayuda de nadie y me azotó la puerta en la cara, LI TE RAL, en la cara. Hice un coraje impresionante, se me revolvió el estómago durísimo, me puse a llorar de la impotencia y del enojo, y me senté a escribirle una carta en la que escogí muy bien cada palabra para demostrarle que yo sí tengo toda la educación que ella presume y de la que en realidad carece, y para decirle que no tenía ningún derecho a gritarme y que esa era la última vez que le dirigía la palabra… Total que desde entonces no nos decimos ni las buenas noches, y claro que nos evitamos mutuamente. Sin embargo, ahí no pararon las cosas. La señora es una verdadera grosera y le grita a todo el que puede, así que recientemente me tocó escucharla gritonearle a un pobre carpintero que le trajo un mueble y que aparentemente no quedó como ella quería. Lo trató de una forma tan violenta que de nuevo me dieron ganas de asomarme y pedirle que se callara. ¿Con qué derecho, con qué sangre, le dices a gritos a un carpintero que su trabajo es una porquería? ¿Quién puedes creerte para gritonearle así a alguien?
Recientemente me enteré de que la señora no está a gusto en el edificio y que sin importarle romper su contrato, se muda en estos días. Acabo de escucharla en la puerta, pidiéndole a los de la mudanza que bajen uno de sus muebles con cuidado, lo que me hace suponer que en breves días dejará de existir la bruja del departamento de enfrente. Y me pregunto, ¿quién llegará ahora?, y retomo lo mío…