“Hijo, si tu prestas tus juguetes, los demás niños también te van a prestar los suyos”, es lo que le había dicho hasta ahora a Bernardo en este tema de compartir. Por eso, cuando el domingo le ofreció su carrito a otro niño de su edad para que éste le prestara el suyo, y no lo hizo, mi hijo se puso a llorar con el corazón destrozado, sin entender por qué no estaba sucediendo lo que yo siempre le había afirmado. El corazón a mí también se me rompió, y no supe qué decir…
Ayer compré dos libros más sobre la crianza de los niños. El primero me latió porque está publicado por la Escuela para Padres, la cual tiene mucho reconocimiento en el medio, y es para papás de niños de 3 a 6 años. El segundo lo compré más por el título, Cómo hacer pato a tus hijos, y porque el vendedor –papá también– me lo recomendó mucho: tiene trucos para cambiarle el tema a tu hijo cuando está en medio de un berrinche, cuando no quiere bañarse o hacer las cosas por sí solo, etc. A ver qué tal…
Lo cierto es que últimamente no había escrito mucho sobre maternidad en este blog y creo que es porque no sabía ni por dónde empezar a contarles todo lo que “nos” está pasando… cualquiera con un hijo de casi tres años sabe qué son todas esas cosas a las que me refiero. Pero, básicamente, es esa etapa en la que empiezas a decirle a tu hijo todos los días que “ya es un niño grande” y que por eso tiene que aprender a hacer nuevas cosas, o las mismas pero de manera diferente…
Algunos, muchos, le llaman los terrible two’s… Para mí, es la etapa en la que los niños muestran muy claramente, más que antes, su carácter, su temperamento y cómo afectan en ellos las cosas del ambiente que más los están influyendo (osea, aquí Rayo McQueen, los trenes y el rock son parte “natural” de la vida de Bernardo). No me gusta mucho la etiqueta de los “terrible…” porque tampoco creo que sea una etapa tan terrible: esta es, hasta ahora y por mucho, la etapa en la que más me estoy divirtiendo con mi hijo. Nos hace reír muchísimo con sus puntadas, con todo lo que dice y repite a su manera, con su forma muy particular (y que ya sé de dónde sacó….) de improvisar canciones, de cambiarle la letra a las rolas para decir otras cosas… Bernardo nos sorprende todos los días, como seguramente a ti te sorprenden tus hijos, cada uno es único e irrepetible… Pero es cierto, también, que es una etapa en la que, como primeriza, me está costando mucho trabajo saber pa’ dónde o cómo hacerle ante diferentes circunstancias en las que Bernardo reta nuestra autoridad o pone a prueba los dichosos límites (este es un gran tema del que hablaremos luego).
Ayer platicaba con Gaby, mi coach, sobre estas cosas y comentábamos que, si bien uno puede hacer su mejor esfuerzo para educar a los hijos de la mejor manera posible, hay una parte innegable en la ecuación que hace que cada crianza sea distinta y casi personalizada. Sí, la mayoría de los libros sobre límites y educación de los preescolares hablan de reglas básicas “universales”, pero
los hijos tienen su propio carácter, esa no tan pequeña “partecita” que es muy pero muy importante en la “fórmula” de la educación.
¿Intuición? Dicen que es el mejor camino que como mamá podemos seguir para educar a nuestros hijos con respeto y amor… pero cuando Bernardo me reta, cuando me grita, o cuando me saca de mis casillas y me deja sin palabras con su maravillosa lógica, cuando le explico que por fin ya es de día y que ya puede jugar, y me contesta que por qué en el otro cuarto, en el de mamá y papá, todavía es de noche y ahí no puede jugar… cuando le digo, ya encolerizada, “¿quieres que te castigue a Rayo McQueen?” y me contesta que sí… cuando me rindo y respiro y entonces me abraza y me dice “mami, somos familia”… ahí sí ni la intuición ni los libros me sirven de mucho… y creo que hay batallas que vale la pena enfrentar y otras que es mejor dejar pasar porque probablemente son batallas personales que nada tienen que ver con ese niño y que hoy nuestros hijos, a manera de “mini maestros”, nos traen del pasado como si la vida nos mandara así una segunda oportunidad para cerrar, al fin, esos círculos que quedaron abiertos.
Así que bueno, hoy me “escapé” a las 8 am de la casa para tener un ratito para mí. Estoy tomándome un café en el Cielito Querido mientras pienso en cuál será la siguiente estrategia en casa con mi “corazón de melón”, como le digo a mi hijo. Ahora que le estamos enseñando todo lo que ya puede (debe) hacer porque ya no es un bebé sino un niño grande, como sentarse en las sillas del comedor para comer como los adultos (esta semana le dijimos “adiós” a su sillita) o como ir a su bañito y empezar a dejar el pañal (cosa que todavía no nos sale…) me doy cuenta que “todo” lo que “nos” está pasando es tan sólo que los tres seguimos creciendo. Mi niño ya no es un bebé, es cierto, y aceptarlo y asumirlo puede que me esté costando más trabajo a mí que a él… ¿cierto?
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