En estas vacaciones de Semana Santa nos fuimos a la Hacienda San Gabriel de las Palmas, en el pueblo de Amacuzac, en Morelos. Hernán Cortés la mandó construir en 1529 y luego la habitaron los franciscanos, por eso tiene una hermosa iglesia adentro y muchas áreas del edificio principal eran las habitaciones y el comedor del monasterio. Después convirtieron el lugar en una plantación de azúcar, que llegó a ser la más grande e importante de México. Este sitio fue escenario de leyendas y aventuras de la revolución, y hasta fungió de cuartel para Emiliano Zapata. Hoy día es un proyecto turístico piloto, que se asemeja al de los castillos europeos: hoteles boutique – museo, de pocas habitaciones, con una administración cálida y eficiente, y un hospedaje de primera. Hay que presumirlo, esto es México.
El buen gusto se nota en los detalles: yo que me fijo en todo en cuanto a la cocina, agradecí muchísimo las hermosas canastas para el pan, los manteles de piqué de algodón, las mermeladeras y los tazones para sopa de porcelana blanca. La comida, riquísima. Probé una ensalada que espero poder deconstruir aquí para ustedes…
En las habitaciones (todas diferentes) sobraban los detalles coloniales de buen gusto, los quinqués con velas y la ropa de cama de puro algodón bordado a mano.
Por supuesto, cuentan con un spa del que no me pude perder. Hay un temascal y las camas de masaje son espaciosas, amplias. Aprovechan el lugar para tener sonidos de la naturaleza reales: dentro de la sala de masaje sí hay una mini fuente de agua que cae sobre piedras de río. ¡Tienen el privilegio de estar ubicados en una locación hermosísima!
Los jardines son enormes, escoltados por filas de palmeras altísimas. Hay caballerizas, árboles frutales y muchísimos tipos de flores que encantaron a Bernardo. Fuentes… por todos lados (que también encantaron a mi hijo, quien terminó cayéndose ¡dentro de una de ellas!).
Pero lo mejor fue el servicio: la atención del staff fue de primera. Nunca nos dijeron “no” a ninguna petición, por extraña o demandante que pareciera (con hijos, uno siempre da muchas molestias). Bueno, ¿no se nos acabaron los pañales para la alberca y nos fueron a comprar unos? Y le consiguieron a Bernardo unos flotis que fueron la maravilla.
Celebramos el cumpleaños de Vic, descansamos, estuvimos en familia. ¡Qué rico! Ahora, de vuelta en la ciudad, a la rutina, que también se extraña y que se goza. Bernardo ya extrañaba su cuna, a su perro, a Mary, a su Güita, su casa… sus juguetes. Y a mí… me gusta volver a mi rutina, si bien unos días más de descanso no me hubieran caído nada mal.
Besos
Leave a Reply