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Reflexiones cotidianas
Una relación de confianza

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Ayer me eché con Bernardo una de esas pláticas “profundas” y deliciosas entre madre e hijo, de esas que –según yo– moldearán su vida, sus acciones, su toma de decisiones, etc. Sus valores, dirían algunos. Su ser, digo yo… jeje.

Creo que con un niño de 6 años es posible tener conversaciones como más significativas; como que te entienden mejor y razonan lo que les estás diciendo. No quiero decir que antes de sus 6 años no me comprendiera nada. Los niños entienden perfecto desde que tienen meses… pero a lo que voy es a que siento que a partir de esta edad (más – menos) puedes explicarles cosas con más detalle, ya no todo es blanco y negro, y sus razonamiento es más elaborado por lo que es posible hacerles ver más allá de las consecuencias inmediatas de sus acciones.

Desde que Bernardo entró este año a la primaria se ha enfrentado, en poco tiempo, a una serie de situaciones que lo hacen cuestionarse muchas cosas. Los límites comienzan a ser mucho más fundamentales ahora, no sé, como que los niños se topan con una serie de oportunidades para poner bajo la lupa las reglas, y lo que puede pasar cuando las transgreden.

 

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Ayer Bernardo me mintió por primera vez, y el hecho en sí parecía de poca importancia, pero creo que fue bueno hacerle ver que las mentiras no son grandes o pequeñas, sino que se miente o no se miente, y punto.

En la casa, tenemos como regla que sólo los días lunes, miércoles y viernes Bernardo puede usar el iPad por una hora (confieso que a veces se convierte en más de eso… pero ese es otro tema). Ya está en esa edad en la que los juegos electrónicos empiezan a ser más atractivos que sus juguetes… ¡buaa! No puedo ir contra la corriente, y en la escuela todos sus amigos hablan de lo mismo. Pero tratamos de dosificarlo. El punto es que ayer llegó del colegio y se encerró en su cuarto. Le pedí que no lo hiciera, y le pregunté que qué hacía, a lo que me contestó que quería jugar solo con sus juguetes. Le dije que estaba bien, pero que no se encerrara. Pasada una media hora como que me cayó el veinte (sí, me tardé un poco). Descubrí que el iPad no estaba en su lugar y entré a su cuarto para encontrármelo comodísimo en su cama jugando con el mentado dispositivo. No grité ni lo regañé cañón, más bien quise transmitirle mi enorme decepción por haberme mentido. Lo miré a los ojos y le expliqué que el problema no era que jugara iPad el día que no le tocaba, sino que me había engañado, y que eso ponía en riesgo nuestra “relación de confianza”. No sé de dónde o cómo me salió la frase “relación de confianza”, no es un concepto que tuviera estudiado o del que haya leído mucho. Simplemente eso es lo que él y yo tenemos hasta ahora, y lo que deseo conservar a toda costa, intacta.

 

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Le dije que yo siempre creo en él, en su palabra. “Bernardo no miente”, suelo decirle a Victor cuando estamos hablando de algún comportamiento negativo que haya tenido, cuando analizamos cosas que pasaron en el día y donde tiene que ver la palabra de mi hijo. Y eso quise explicarle a Bernardo ayer, transmitirle que lo más importante que tenemos es esa relación de confianza, y que no debemos romperla por nada. “Sea lo que sea, es mejor decirnos siempre la verdad y que yo siempre pueda creer en tu palabra”, le repetí varias veces. Bernardo es un niño muy sensible, y estoy segura de que lo entendió.

Por supuesto, yo también entiendo que los niños quieren y necesitan poner a prueba los límites: quieren ver qué pasa cuando rompen las reglas, quieren ver cómo reaccionamos sus papás cuando son desobedientes. No quiero que Bernardo sea un niño ñoño y que no se atreva a nada, está bien que vaya probando… Ayer vio que no le grité, no lo castigué, no me súper enojé cuando le caché la mentira… pero creo que sí se dio cuenta de que me preocupé y me desilusioné mucho, y sé que para él es muy importante que yo me sienta orgullosa de él. ¡Qué difícil explicarles todo esto sin agobiarlos mucho! La verdad, sé que fue una de esas mentiras “piadosas”, que no hubo un gran daño ni pasó nada grave por haber usado el iPad, etc. pero en estas pequeñas situaciones cotidianas es cuando, creo, nos toca señalar la importancia de los valores como la honestidad. Si dejo que me mienta “poquito”, si no hago gran “deal” por esta “mentirilla”, ¿cuál va ser entonces el límite para mi hijo entre mentir y decir la verdad? ¿cuándo sí se vale mentir y cuándo no? Yo creo que nunca. Yo creo, insisto, que en este tema de valores hay que ser mucho más tajantes con los niños: se miente o no se miente, y punto. Aquí sí no hay medias tintas. Porque cuando dejamos pasar algunas mentiras porque parecen “insignificantes” estamos dando pie a que lleguen otras mentiras más “graves” y con mayores consecuencias. Al final, lo que importa es la acción, y el valor de ser honesto. Punto.

 

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En fin. Además de esta situación, ayer Bernardo pasó por otras dos que me dejan muy claro lo importante que es estar presente, con la oreja parada y escuchando todo lo que me dice y me cuenta de la escuela. ¡Uff, apenas empieza lo bueno!, y hay que estar atentos porque luego será la secundaria, vendrán cosas más “gruesas”, y es mejor desde ahora estar con las antenas paradas para que sean niños sanos, honestos y con valores. Que sean personas buenas. ¿Qué opinas? ¿Tienes hijos en primaria? ¿Cómo manejas este tema de las mentiras y de la confianza?

Besos,

Cynthia Leppäniemi
Tienes toda la razón, Maria, porque igual uno como padre suele decir "mentirillas" y como sea, eso es igualmente desleal. Enseñarles con el ejemplo, ¿verdad? Un beso.
October 19, 2016
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María Marquina
No hay nada como el valor de la honestidad... lo que está padre es que en el camino tu también te vuelves más honesta... al menos a mi ya no me sale tan fácil decirle mentiras a mi hija, aunque sean de las piadosas...
October 19, 2016
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