¡Hola! Es viernes y el día está soleado y con calorcito. El fin promete… Esta semana, como todas (y como a muchos) se me fue volando. Sigo leyendo el libro de Stephen Covey, Los 7 hábitos de la gente efectiva, y me está ayudando muchísimo a organizarme en función de mis prioridades y de lo verdaderamente importante. Y haciendo un recap, como en el post de la semana pasada, me di cuenta de que estos días llevé a cabo acciones (soluciones) derivadas de lo que pasó la semana anterior. En concreto (y por si no leíste mi post), llamé, coticé y contraté los servicios de quienes colocan protecciones y chapas de seguridad en las ventanas por si Bernardo vuelve a asomarse del balcón.
Una vecina me dijo, cuando le conté lo que había pasado, que cuando sus hijos eran pequeños como el mío, lo que le sirvió para alejarlos de las ventanas fue hablar con ellos y hacerles ver que era peligroso asomarse de un noveno piso… Pero también escuché a otra de mis vecinas decirme: “haz lo que te haga sentir más tranquila” y por eso decidí tomar medidas para evitar un terrible accidente. Estos días he notado que Bernardo no ha intentado asomarse nuevamente, parece como si hubiera entendido lo que le dije aquel día con lágrimas en los ojos, pero estoy convencida de que el criterio de un niño y la capacidad para comprender la magnitud de las cosas no puede ni debe darse por hecho. Conforme crezca entenderá mejor las cosas, pero ahora no puedo suponer que más adelante no volverá a intentarlo. Como adulto, y como su mamá, tengo la obligación de adelantarme a su curiosidad, pensar en posibles escenarios que puedan ponerlo en riesgo y tomar medidas preventivas.
Sin embargo, algo que estoy aprendiendo con Covey (por eso me encanta su libro) es que todos tenemos un círculo de preocupaciones o de asuntos que nos ocupan y que absorben nuestra atención, energía y tiempo. De todos esos asuntos, la mayoría suelen ser cosas en las que no podemos influir directamente (como la inseguridad del país o la situación económica de algún familiar). Covey sugiere que ocupemos nuestra mente y energía/tiempo en aquello en lo que sí podemos influir, como mejorar la organización de nuestro equipo de trabajo o hacer algo por la seguridad de nuestros hijos en la casa. Evitar que Bernardo se caiga en el parque o que algún día –Dios no quiera– le pase algo terrible no está, por más que yo lo intente, en mis manos ni bajo mi control, ¡aunque quisiera tener ese super poder y cuidarlo siempre! Estoy aprendiendo que el control no es absoluto y que por mucho que lo cuide, no podré evitarle los raspones, las caídas, los accidentes, el dolor… Pero dormiré más tranquila si sé que estoy haciendo todo lo que está en mis manos para prevenir sufrimientos innecesarios. Lo demás, tendré que soltarlo…
Por eso el miércoles, cuando Vic y Bernardo regresaron del parque y éste traía un mega chichón en la frente, mi reacción fue más cool que en otras ocasiones. Me dice Vic que el golpe fue muy duro y que las mamás que fueron a ayudarlo lo hicieron sentir aún más angustiado con su reacción porque sí se pegó muy fuerte y contra el cemento. Bernardo no dejaba de llorar pero pasados unos minutos ya estaba (como todos los niños) como si nada. Vic llegó a la casa con una cara larguísima y esta vez me tocó consolarlo. Le conté que antes de irse al parque había tenido un presentimiento… pero al verlos me sentía aliviada de que sólo hubiera sido un chichón.
Sé que los peligros estarán ahí siempre y que viviremos con el corazón en la boca por el resto de nuestras vidas. Ser papás es eso, ¿cierto? Pero al menos intentaré enfocar mi energía en lo positivo y hacer lo que esté en mis manos para procurarle a Ber la mayor seguridad posible. Sobre todo, mi prioridad es transmitirle a mi hijo confianza en la vida. Será para mí un gran triunfo verlo crecer sin miedo.
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