Hacer a un lado los pants que son tan cómodos y prácticos todos los días me parece una decisión seria. Después de tener a un hijo, es muy fácil quedarse con el mismo uniforme post-baby. En mi caso, he invertido muchísimo dinero en pants, sí, en pants. Literalmente he comprado los pants más cómodos, los más “sexys” (hoy entiendo que ningunos pants pueden hacerte ver sexy…), los más fashion… pero al final de cuentas, cuando me miro en el espejo, descubro que me sigo viendo tan fodonga como siempre, por muy acicaladita que esté ese día o por mucho accesorio que pueda incluirle al outfit-de-pants.
Cuando decides quitarte los pants aún para estar en tu casa y seguir persiguiendo a tu hijo, llevarlo al parque o al Gymboree, y descubres que no te quedan los jeans como antes, ¡te quieres morir! Has gastado últimamente un dineral en ropa, sí, (y las cuentas y tickets que se acumulan en mi cartera no pueden mentir), pero en ropa deportiva ¡que ni siquiera uso para hacer deporte! Y de pronto mi ropa casual se ha quedado vieja, sin chiste, sin moda. Invierto en algunos “básicos” para al menos refrescar mi guardarropa (un trench coat, varios tank tops de colores, t-shirts blancas, jeans rectos, una buena bolsa) pero me sigo sintiendo fuera de moda. En realidad, decido que lo que quiero es verme –y sentirme– un poquito más sexy, más atractiva, cuando creo y siento que estoy en la mejor época de mi vida: mis 35. Así que descubro que se trata de renovarse, ahora, sin importar si después vendrá o no otro embarazo, o si la mayor parte de mi semana la pasaré sentada frente a la compu y persiguiendo a mi hijo. Verme y sentirme sexy, eso es lo que hoy quiero.
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