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Maternidad
Pequeñas despedidas

Mi niño es muy sentimental, muy sensible. (Creo que lo heredó de mí). A veces me pregunto cuál será la mejor forma de lidiar o responder ante sus emociones. Esta noche se puso a llorar porque mañana tendrá que devolver al salón a Konstantin, el peluche que le prestaron por haber sido el alumno que más se esforzó en la semana. Es la segunda vez que Bernardo trae a Konstantin a la casa, y la segunda que llora al despedirse de él. Mientras se lavaba los dientes soltó el llanto. Cuando llegué a consolarlo me dijo: “mamá, es que lo voy a extrañar mucho”, y abrazaba fuerte al peluchito verde. Como casi todos hacemos, Vic y yo empezamos a darle mil razones por las que no debía llorar: que si el peluche es de todos y que todos quieren tenerlo. Pero él nos contestaba que eso lo entendía, que sabía que no era suyo y que tenía que devolverlo. Ese no era el problema, e insistía diciéndonos “ya lo sé, pero aún así lo voy a extrañar”.

Hace poco empecé a leer un libro que no he terminado y que se llama Cómo hablar para que los niños escuchen, y cómo escuchar para que los niños hablen, y hubo un tip que se me quedó muy grabado y que viene al caso: cuando un hijo no sabe cómo nombrar sus emociones, cómo expresar lo que siente, lo que menos necesita es que los adultos le digamos: “no te sientas así, no estés triste (no llores, etc.)” sino que le mostremos empatía para que él pueda expresar lo que siente y sepa que es normal sentirse así. Por ejemplo, cuando un niño llora por tristeza espera que los adultos lo entiendan, no que anulemos sus sentimientos diciéndole cosas como: “no llores” o “no tienes por qué llorar” pues, al hacerlo, le estamos diciendo que no debe sentirse como se siente… Cuando un niño se siente triste, se siente triste. El “debe” está de sobra. Si por el contrario, lo abrazamos cuando llora (o cuando está enojado) y parafraseamos lo que está sintiendo, por ejemplo diciendo “sí, te entiendo, te sientes triste, ¿verdad?”, entonces el niño podrá saberse comprendido y acompañado, de cierta manera, un tanto aliviado. Y creo que es eso: el niño necesita que entendamos cómo se siente, no que decidamos si debe o no sentirse así.

Entonces, y volviendo al tema… este tip lo he aplicado mil veces desde que lo leí, y creo que está funcionando. Recordé el consejo de Cómo hablar…, y abracé a Bernardo, y parafraseé lo que nos estaba queriendo decir: “sí, te sientes triste, te entiendo, yo también me sentiría igual”… Empezó a llorar más y a decirme “sí, me da tristeza despedirme de Konstantin”. Eso era todo. Me abrazó muy fuerte y pude sentir su dolor.

En ese momento recordé que cuando eres niño no existe dolor pequeño, te duele algo y punto. Somos los adultos los que le metemos razón al corazón.

A un niño le duele despedirse de algo que quiere mucho, y punto. No importa si es un peluche, no importa si tiene más juguetes, no importa… Le aseguré que Konstantin siempre va a estar ahí, en el salón, para cuando quisiera abrazarlo, y eso lo sorprendió.

– “¿Siempre va a estar ahí? ¿Aunque yo me vaya a la Primaria?”

– “Sí Bernardo, aunque vayas a la Primaria siempre vas a poder ir a abrazar a Konstantin, si quieres”, le decía yo.

Poco a poco se fue calmando. Le recordé también que le habíamos tomado muchas fotos con Konstantin para que pudiera verlo siempre que quisiera. Y al final, le conté un cuento sobre un niño llamado Lucas que también se había llevado a casa a “Peluchín” y no quería despedirse de él. Una hada madrina le permitió al peluche poder hablar por una sola noche para despedirse del niño. Peluchín habló con Lucas para decirle que no quería verlo triste y que podría siempre ir a verlo y abrazarlo. Siempre estaría ahí para él. (Creo que aquí la regué porque en ese momento Bernardo volvió a llorar, diciéndome que era una lástima que “en la vida real eso no puede pasar, el peluche no puede hablar mamá”… pero en fin). Creo que el cuentito lo calmó un poco, sobre todo cuando entendió la idea de que no era necesario despedirse porque el peluche siempre iba a estar ahí.

Pero, ¿es así? En realidad, las despedidas no nos dejan ninguna garantía. Nunca tenemos la certeza de que volveremos a ver a esa cosa o a esa persona de la que nos estamos despidiendo. No lo sabemos. Y, de alguna manera, ¿no es verdad que la vida implica siempre una serie de despedidas? Nos despedimos de los compañeros del salón que se van a ir a otra escuela (e incluso, a otro salón), nos despedimos de nuestra querida maestra que ya no nos va a dar clases, nos despedimos de la mascota que se murió, nos despedimos del globo que se nos fue volando… La vida es una serie de despedidas… y también de bienvenidas. Nuevas llegadas. Nuevas cosas llegan después de que una se va. Pero de que duele despedirse, duele. Y por ahí va la lección, ese aprendizaje sobre el desapego que aún yo, como adulta, sigo aprendiendo… y en este resolverme voy intentando explicarle a mi hijo sus propias telarañitas mentales. Sin duda, los hijos –pobres– son nuestro conejillo de indias. Con ellos aprendemos más de nosotros mismos, a sus costillas. Pero si logramos resolver el crucigrama, si terminamos el rompecabezas, si encontramos la respuesta aunque sea a una de sus preguntas, habremos logrado algo muy grande, algo sabio y de gran valor para ellos.

 

Besos

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