Hoy, formalmente, inicié mis actividades pre-navideñas. Jajaja, nada serio. En realidad, sólo elegí algunas decoraciones que me gustaron de la revista Parents, fáciles para hacer con tus hijos (con o sin su ayuda, lo atractivo es que se pueden hacer si tienes hijos y poco tiempo). Aquí está el link si les interesan… Fui por los materiales a Fantasías Miguel y claro, la tienda ya está que desborda Navidad por todos los pasillos. Me dio gusto estar ahí hoy y no en 15 o 20 días más. El año pasado visité la tienda un par de veces, a mediados de diciembre, y juré no volver a hacerlo en esas fechas. Hoy, además de que aún no estaba hasta el gorro, me sentí en ventaja porque tenía muy claro lo que necesitaría, así que salí de la tienda en menos de 40 minutos (para mí, tiempo récord).
Sin embargo, por la mañana, mientras caminaba con Bernardo a su clase de Gymboree, venía pensando “¿cómo me gustaría sentirme después de la Navidad?” Es decir, ¿qué sentimiento quiero que me deje toda esta fiesta? Generalmente, uno piensa en todo lo que tiene o quiere hacer antes y durante la Navidad: las reuniones y los brindis navideños, estar con la familia, el shopping, los regalos o detallitos para las personas con las que tienes ciertos compromisos, cocinar algo especial o tal vez organizar alguna posadas (o que te inviten a una)… pero, ¿cómo nos sentimos los días después de Navidad? No sé tú, pero yo casi siempre termino sintiéndome agotada por las miles de idas al súper y a las tiendas; frustrada por los planes que no pude concretar; gastada y no necesariamente orgullosa de en qué “invertí” ese dinero; y exhausta por los compromisos sociales a los que tal vez no supe decir “no”. Pero también, termino con un sentimiento de que algo “especial” o distinto me faltó por hacer para que el espíritu navideño realmente se apoderara de mí y le diera un sentido más profundo a mi Navidad.
¿Cuál es el verdadero sentido de la Navidad? Estrictamente hablando, es el nacimiento de Jesús, que vino al mundo a mostrarnos cuánto nos quiere Dios. Seamos religiosos o no, ese es el verdadero significado, mismo que podemos trasladar a un mensaje amplio de amor, de humildad, de perdón, de paz. De introspección. De agradecimiento. Hay que mirar desde dentro no lo que falta, sino todo lo que tenemos, y saber agradecerlo. Devolver tanto de lo que hemos recibido, y compartirlo. Y recordar que si algo nos falta, seguramente no hay dinero que lo compre. Lo que verdaderamente falta se busca hacia adentro, y no se le exige a nadie ni se compra en ninguna tienda (y mucho menos a meses sin intereses). Se nos olvida que en el dar, recibimos; y que a la primera persona que debemos darle amor, tiempo y cariño es a nosotros mismos. Empecemos por ahí y compartamos con los demás lo más valioso que tenemos. La Navidad, sin duda, es una oportunidad para realizar una práctica profundamente espiritual…