Generalmente los martes mi mamá me cuida a Bernardo como parte de un acuerdo que hicimos. Es un “gana-gana” porque así ella recibe su dosis semanal de nieto y yo mi muy necesaria dosis de tiempo libre para mí. Hoy decidí que no iba a dedicarle ese tiempo libre al trabajo, ni a los pendientes de la casa… Quería darme ese tiempo para mí solita, de esos tiempos de soledad que hacen falta y que yo extraño. No fue difícil decidir qué haría: ir al cine, sola, a ver la nueva película de Woody Allen. El plan era perfecto, así que desde la noche anterior elegí a qué cine iría, en qué horario y organicé todo (pañalera, mamá, Bernardo) para que a las 11 en punto yo estuviera sentadita, frente a la pantallota, viendo, con mis palomitas, la película. Entré cuando apenas empezaba (cero cortos), y escogí gustosa mi butaca (éramos dos personas en todo el cine). Acomodé mi bolsa de un lado, palomitas y bebida del otro, y me dije “esto es Woody Allen” desde que empecé a escuchar la música de entrada (la clásica rola jazzera muy estilo Woody y que hasta que acaba la canción completa empieza la acción y los primeros diálogos). Ahí estaba yo, a mediodía, viendo Medianoche en París, de uno de mis directores de cine favoritos.
El tema: un hombre que quiere ser escritor y que fantasea con que, la única manera en que puede convertirse en un buen escritor y terminar su novela, es viviendo en París y no en Pasadena, California (donde vive)… Y además, ¿por qué no?, sueña con el París de los años 20, rodeado de los artistas de aquella época. El punto es que me enganché con el protagonista y desde que empezó la película me dije “esto es para mí”, porque en efecto, al igual que el protagonista, suelo fantasear mucho con la idea de que para ser buena escritora y sacar “todo mi potencial” debería estar viviendo en una ciudad más inspiradora, o tener una casa de campo o frente a la playa, o al menos un estudio para mí solita con todos mis libros en un gran librero y no regados por toda la casa, por todos los muebles donde caben, entre cosas de bebé y del trabajo, y tener más momentos de soledad e inspiración para la escritura (que no es una necesidad muy “absurda” pero sí difícil de conseguir en estos momentos…
La verdad es que fantasear que uno podría hacer mejor las cosas “si esto o aquello” es un pretexto porque en realidad tenemos miedo al fracaso. Decían en la película que “la nostalgia es negación”… y es cierto. Cuando uno fantasea con el pasado, pensando que en otros tiempos las cosas pudieron ser mejores, está negando el presente. “Pude haber hecho mejor mi tesis de la maestría en letras si la hubiera hecho antes de que naciera Bernardo”… es probable, pero no sucedió así y es mejor pensar que sí llegará el momento, en el presente, para hacerla – si me lo propongo. Lo mismo pasa con la lectura o la escritura: todo lo que no se ha leído hasta ahora, ¡todavía puede ser leído! Y el momento de escribir es siempre, es ahora. Necesito dejar de añorar un pasado “ideal” o fantasear con un futuro aparentemente prometedor. Lo único real es mi presente, y lo mejor sería abrazarlo y hacer con él todo lo que esté a mi alcance. Lo demás, es “bullshit”…