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Actitud
Hoy salió el sol

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La semana que hoy termina fue una “de esas” en que tienes subidones y bajones, en que te enfrentas a distintas emociones y en que la vida como que toca a tu puerta para recordarte que lo tienes todo, que debes disfrutar el día a día y agradecer todo lo que sí está. Empezó el lunes con una carta que recibí de un lector muy especial. Lo que tiene de especial para mí es que me escribió desde la cárcel: es un hombre de mi generación, de mi edad, condenado a 60 años de cárcel por un doble homicidio.

Lo sé, mientras lo escribo me doy cuenta de que suena a novela… la realidad siempre supera a la ficción (y la inspira, sin duda). Leer esta carta me puso duramente los pies en la tierra, pues precisamente el lunes había sido un día “difícil” según yo… pero al leer la carta descubrí que mis dramas eran nada comparados con el drama de Juan Ricardo… lloré, lloré mucho y lloro cada vez que vuelvo a leerla. Juan no me pide ayuda, sólo que le mande un libro que lo ayude a salir adelante. Leyó el mío: se lo dio la psicoterapeuta que le da tratamiento… y dice que le sirvió “demaciado”. Uno nunca sabe hasta dónde y a quién vas a conmover con las cosas que escribes. Cuando escribí Tu Felicidad Depende de tu Actitud no imaginé jamás poder conmover a alguien como Juan y me siento profundamente responsable de mis propias palabras, conmovida con la historia de Juan y con SU actitud porque, a pesar de estar condenado a 60 años en prisión –el resto de su vida– y de haberlo perdido CASI todo, él me está dando un ejemplo de que en efecto hay una libertad última (la de elegir cómo queremos pasarla) que nadie ni ninguna circunstancia pueden arrebatarte. Juan me pide que le mande un libro, y yo quiero enviarle dos: ése y el mío, y una carta, y en esas estoy, buscando cuál es la mejor manera de hacerle llegar mi respuesta, decirle “aquí estoy, te escuché”…

 

Después de esta historia, casi al instante, recibí una llamada: me hablaban de la sala de Admisión Continua de un hospital donde tenían ingresada a mi mamá. Nada grave, afortunadamente, pero mientras lo averiguas sientes que el corazón se te sube a la garganta. Fueron 6 horas de espera sin noticias en la sala, mismas que aproveché para seguir leyendo a Stephen Covey con sus hábitos para ser efectivos… suena extraño después de la historia de Juan, suena ajeno, superficial, pero en realidad y como les he dicho, este libro es más interesante e inspirador de lo que su pobre título dice. En especial, estoy leyendo una parte en la que Covey habla de tener en el centro de tu atención lo que es verdaderamente importante: tus valores, tu misión en la vida, tus principios. Covey habla de poner al centro tus prioridades, alineadas con tus principios y con tu misión en la vida, y sólo así es posible darse cuenta de que uno se preocupa demasiado por cosas sin importancia… En efecto, lo que más me importa (porque aún no he podido escribir mi misión de vida) es mi familia. Quiero que mi familia sepa, cuando yo no esté, cuánto los quise y para lograr eso hay que hacer, en el día a día, cosas que contribuyan a esa misión. Por lo tanto, pasar 6 horas en Urgencias, acompañando a mi mamá, tenía todo el sentido y era muy congruente con esta misión. Pasar tiempo de calidad con mi hijo también y darme el tiempo para escuchar a mi esposo, dejando a un lado las cosas “urgentes pero no importantes”, aún más… Así que aproveché muy bien mis 6 horas en la sala de Urgencias y afortunadamente mi mamá salió bien.

 

Y por ahí del miércoles en la tarde me llevé otra “experiencia” arrebatadora: lo que tanto temía sucedió: que mi hijo se asomara por el balcón del departamento. Me conmovió demasiado verlo así, encaramado sobre un banquito y asomándose por el balcón porque buscaba a uno de sus trenecitos… De inmediato y con mucha calma le pedí que se bajara, sin asustarlo. Lo abracé y le dije que me mirara a los ojos porque tenía que decirle algo importante: “Lo que acabas de hacer es muy peligroso, tu no lo sabes, pero no quiero que vuelvas a hacerlo”. Lo abracé y lloré con él un poco (no me gusta que me vea llorar pero esta vez no me importó). Me preguntó con cara seria “Mami, ¿por qué lloras?” y le expliqué que me había preocupado mucho verlo asomado, que por favor no volviera a hacerlo. Tal vez haya comprendido mi mensaje pero yo me quedé muy consternada: aún bajo “mi cuidado” pasó esto, en un descuido, mientras yo estaba en la cocina. Me queda claro que con un niño de casi 3 años de edad uno no debe confiarse, y de inmediato traje a unos instaladores de chapas de seguridad para puertas y ventanas. Estoy tomando medidas, tal vez un poco tarde pero no tanto… y lloré en la noche con Victor porque esto “me” había pasado… De nuevo la vida tocando a mi puerta para decirme “pon atención a lo importante”…

 

Finalmente, en la semana que hoy termina llovió demasiado en la ciudad. La lluvia lavó muchas cosas y maravillosamente hoy domingo ha salido el sol, después de varios días grises y tormentosos… y mi esposo, mi querido Vic, me ha dicho ayer algo que me tiene más tranquila. Ha calmado mi ansiedad, me ha dejado tranquila y muy enamorada. Hablar con él de todas estas cosas me tranquiliza porque Vic sabe cómo aterrizarme y consolarme, y porque me ayuda a ver que todo está bien, que está bien equivocarse o que te pasen cosas fuera de tu control… El último “noc noc” de la vida en esta semana es ese: es Dios recordándome que un día o una semana “gris” no determinan el resto de tus días, y afortunadamente estoy al lado de un hombre maravilloso, de un GRAN compañero de vida con quien sigo creciendo juntos como personas, como papás, como pareja. El sol toca hoy mi ventana y este mismo balcón donde me llevé un gran susto, y no tengo nada más que agradecer por todo lo que está y a Juan por su carta, y a ti lector que te interesas por lo que aquí escribí hoy con el corazón…

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