Hay muchas canciones que me recuerdan a mi papá, pero dos en especial me transportan a esos últimos días a su lado… What a Wonderful World y Everytime We Say Goodbye. Tuve la fortuna de poder despedirme de mi papá muchas veces, de abrazarnos y besarnos para decirnos cuánto nos amábamos, y prometernos que siempre seguiríamos juntos, en una nueva forma y dimensión. En aquellos momentos no tenía idea de cómo sería eso, pero no había en mí la menor duda de que así iba a ser.
Desde que mi papá hizo su transición aprendí que después de la muerte sí existe una forma distinta de existencia; he descubierto lo maravillosa que es la vida porque trasciende las fronteras de lo terrenal, de lo que vemos y tocamos… hoy más que nunca siento a mi papá siempre conmigo. Su filosofía, su forma de ver la vida, su firme convicción de que somos energía –una energía que nunca se destruye, sólo se transforma– y sobre todo, su amor me acompañan en cada instante de mi vida terrestre. Mi papá me amó al infinito (¡y más allá!). Me amó de la Tierra a la Luna, me amó con esos ojos mágicos que heredó mi hijo… me amó tanto que me entregó lo mejor de sí mismo.
Es verdad, extraño tocarlo, sentirlo, que me abrace con su cuerpezote robusto, sus brazos vikingos. Extraño escuchar latir su corazón bajo su enorme pecho, sentir su fuerza y, sobre todo, extraño la forma en que me miraba… pero hoy, cinco años después de su partida, no puedo más que agradecerle a Dios porque me dio un papá maravilloso. Celebro su vida, celebro haber sido su hija más pequeña, celebro lo que hay suyo en mí. Y sí, cada vez que me despedí de él lloré un poco, pero ahora no puedo más que seguir celebrando –muchas veces con lágrimas en los ojos– que este mundo es una maravilla, que Dios nos llena de bendiciones y que mi papá siempre será uno de los más grandes regalos que he recibido de la vida.
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