Le contaba hace un rato a mi amiga María lo feliz que me sentí esta mañana en el Gymboree, en la clase de Bernardo. Nos habían pedido llevar a los niños disfrazados del tema de primavera. Esta vez no le pude invertir más de 50 pesos al traje: eso fue lo que me costó en el mercado la diadema con orejas de conejo y la cola de conejo con resorte que le compré. No pensaba invertirle los 400 pesos que pedían por el disfraz completo para que lo usara 45 minutos… Me quedé con las ganas de haberle hecho yo misma el disfraz, pero para nada tuve tiempo. Esta mañana cuando vestí a Bernardo, intenté ponerle una pijama toda blanca que usaba hasta hace poco. Eso, con las orejitas y el rabo de conejo, sería suficiente. Pero el pobre ya no entraba en la pijama, los botones se le abrían cuando estiraba las piernas. “Ok, esta no es la opción”, pensé, y traté de ponerle unos pants blancos que le regalaron en su cumpleaños. Le quedaron enormes, se veía ridículo (son para 24 meses…) así que esa tampoco fue la opción. “Nimodo, tendrás que ir de jeans, un conejito muy moderno serás”, le dije, y lo vestí.
Salí rumbo al Gymboree sintiéndome un poco culpable (y coda…). Estaba segura de que los demás niños irían disfrazadísimos de pies a cabeza, como sucedió en Halloween que parecía que las mamás se habían ido a San Antonio por los disfraces. “¿Cuándo voy a volver a vestirlo de primavera, a esta edad? Nunca. Hubiera gastado los 400 pesos del traje completo…”, iba pensando mientras me dirigía al Gymboree. La grata sorpresa para mí fue ver que Bernardo era de los más disfrazados, jajaja. En realidad, yo no era la única que no tuvo tiempo de hacer o comprar el gran disfraz. De hecho, Bernardo fue el único conejito; había una changuita, una mariposa, una libélula y… ¡un pirata! (?¿?¿?¿?… bueno, se vale, no?). Los demás niños ni disfraz. Me sentí tan tranquila y más relajada, y bastante orgullosa pues mi hijo se veía lindo de conejito saltarín. Al final de cuentas, entendí que así como estuvo, estuvo bien. Y aún si todos los niños hubieran ido disfrazadísimos, entendí que nada de eso es relevante. Lo importante es haber estado ahí, con él, con su nariz pintada con mi labial y sus bigotes simulados con mi delineador, riéndonos y brincando juntos en este día de primavera.
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