Las mujeres somos multitask. Y cuando nos convertimos en mamás, esta habilidad se potencializa aún más. Somos capaces de hacer muchas cosas al mismo tiempo: darle de comer a nuestros hijos mientras (medio) comemos nosotras y contestamos en el iPhone un correo. O trabajar en la computadora al mismo tiempo que cargamos en las piernas a uno de nuestros hijos que dibuja en nuestro escritorio y a quien le estamos enseñando a hacer círculos o cuadrados o lo que sea… Al mismo tiempo que cocinamos podemos estar haciendo otras cosas… ¡Y ni se diga en el coche! No es para presumirse, al contrario, es bastante peligroso pero sí, somos capaces de sostener el volante con la mano izquierda mientras con la derecha (y sin voltearlo a ver, claro, no somos taaan irresponsables) le pasamos a nuestro bebé su biberón o un cuento para que se entretenga y deje de gritar.
Sin embargo, no sé qué tan bueno sea tener esta habilidad porque si bien resulta muy útil, también nos hemos mal acostumbrado a no enfocarnos plenamente en lo que estamos haciendo. Y cuando estamos con nuestros hijos, no estar presentes resta en lugar de sumar.
Por supuesto, eso de “vivir cada momento con toda tu atención” suena bien pero en la realidad es muy poco práctico. A las mamás los días no nos alcanzan para hacer todas las cosas que tenemos que hacer. Si no pudiéramos hacer varias cosas al mismo tiempo estaríamos mucho más frustradas. Pero al menos yo ya me “caché” con este mal hábito especialmente cuando estoy con mis hijos, y me ha hecho pensar muchas cosas, sobre todo cuando descubro lo rápido que están creciendo y lo efímero del tiempo junto a ellos (lo efímero del tiempo, en general…). Sé que un día no muy lejano les dará flojera estar conmigo, que en la adolescencia van a alucinarme y viviré tras la puerta de sus cuartos tratando de adivinar qué hacen… Y que este tiempo de su infancia, cuando aún soy tan pero tan indispensable para ellos, debo disfrutarlo al máximo y dedicarles mi tiempo sin distracciones. ¿Pero cómo le hago? Tengo un trabajo que me gusta y otras responsabilidades… Así que un día entendí que no era necesario estar 100% disponible para ellos, como a su servicio, sin atender otra cosa más que sus necesidades. Bastaba, según escuché decir a una especialista, estar presente y ponerles toda mi atención al menos 30 minutos al día. ¿Sólo 30 minutos? Sí, aunque esto no quiere decir que el resto del día los ignores. Lo que quiere decir es que tus hijos deben recibir su dosis de atención plena de mamá todos los días, y para ellos, incluso 30 minutos pueden ser suficientes (quien les pueda dar más, mucho mejor…).
Yo soy mamá que trabaja en casa la mayor parte del tiempo. En las tardes soy una mamá “disponible”, porque mis hijos me tienen aquí y me hago cargo de ellos. Pero la realidad es que “medio estoy”, porque medio les hago caso para poder medio trabajar o atender otros pendientes. Multitask, a final de cuentas, pero la atención a medias me causa mucha culpa. Así que un día, cuando regresé del taller para padres que nos dieron en el colegio de mi hijo, decidí que le haría caso al psicólogo que nos había hablado y que le dedicaría esos 30 minutos de atención plena a mis hijos, todas las tardes. Eso significaba salir al jardín sin celular (no revisar mails, redes sociales ni mensajes de WhatsApp por 30 minutos) o leer cuentos sin estar checando el celular. Mi propósito es hacer esto todas las tardes, pues me he dado cuenta no sólo de que mis hijos aprecian mucho este tiempo, sino de que al hacerlo me estoy regalando a mí misma momentos gozosos y significativos, y la sensación del “deber cumplido”, como diría Gaby, mi coach.
Y después de esa media hora, confiar en “Santa Peppa” o en Masha ya no me genera tanto remordimiento…
Leave a Reply