Ahora sí que el Halloween pasará inadvertido en esta casa y todo porque en el kinder de Bernardo, de corte alemán, no celebran esas fiestas. En cambio, se hace mucho hincapié en las tradiciones mexicanas (y en las alemanas también, “obvio”). El año pasado, cuando estábamos en Gymboree, disfracé a Bernardo de calabaza y nos fuimos a pedir Halloween, pero la verdad no le mostré nada del altar de muertos. Ahora que en la escuela le han estado hablando tanto de esta hermosa tradición mexicana, y que hoy nos tocó llevar el pan de muertos para todo el salón, re descubro que esta celebración tiene un significado padrísimo que vale la pena enseñarle a nuestros hijos (y que tampoco tiene por qué estar peleada con otras tradiciones, sean del país que sean). Simplemente, se trata de darle prioridad y sentido a las costumbres que realmente nos pertenecen.
La única vez que puse un altar de muertos fue precisamente cuando mi papá y mi primer bebé (aún en la panza) murieron, entre abril y mayo de 2009, con 15 días de diferencia… Después de varios meses de duelo, en noviembre de ese año sentí la necesidad de dejar de llorar a mis muertos y ponerlos en un sitio “especial” donde les diera una última despedida a la vez que para mí quedaba claro que siempre tendrían un lugar muy importante en mi corazón. Con ese altar cerré un ciclo de duelos y me sentí mejor.
Así que mañana iremos al mercado por papel picado y algunas calaveras de azúcar, calabazas y otras cosas para poner el altar en esta casa y recordar a los abuelos que Bernardo no conoció pero que tendrán siempre una presencia importante en su vida. Y bueno, si esta tradición incluye pan de muerto, ¿por qué no comerlo todo el fin de semana?
Un beso,
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