10 meses. 10 ¿cortos? –o ¿largos?– meses con Eugenia. Vaya que se me han ido rápido. La veo tan grande y no me la creo. En dos meses más mi niñita tendrá un año. NO. ME. LA. CREO. Y sin embargo, se me hace ya una eternidad desde la última vez que pude dormir 7 horas seguidas, sin interrupción… no recuerdo cuándo fue la última vez que dormí tanto, pues al menos los últimos 3 meses de mi embarazo tampoco dormía mucho (visitas interminables al baño en las noches… ¿verdad, mamás?). Así que, digamos, llevaré fácil más de 12 meses (¡un año!) sin dormir ya no digamos siete, al menos ¡5 horas corridas!!!
Cuando Eugenia nació me sentía la más suertuda porque era muy dormilona. Además de sus siestas en el día, dormía perfecto en la noche. Se despertaba cada 5 o 6 horas, tomaba pecho de volada (¡es veloz comiendo! eso es una fortuna y aún sigue así…) y se volvía a quedar dormida, sola, en su cuna. Me sorprendió tanto que fuera así de fácil, porque con Bernardo había que arrullarlo en brazos y dejarlo en la cuna sigilosamente para evitar que se despertara. Eugenia no fue así al nacer, hasta que… empezamos con la introducción de alimentos, los dientes, el estreñimiento… y todo valió gorro.
A los 6 meses de edad comencé a darle papillas, y ahí se terminó mi buena suerte con respecto a la dormida. Entonces, algún alimento le caía pesado, la estreñía o le provocaba gases. O se había quedado con hambre, o se empezaba a rozar… y comenzaron a aparecer los dientes, ¡se juntó todo! (como suele pasar en esta etapa). Mi niña ha sufrido en serio con los dientes, que le han salido de golpe y desde muy temprana edad (a diferencia de Bernardo, curioso, que realmente no padeció la dentición). Por todo esto, les confieso que ha habido noches que, literal, no sé qué le molesta a Eugenia. Mi instinto materno anda un poco perdido. Si ya comió, ya le cambié el pañal, ya la arrullé… y aún así, se despierta una o dos horas después llorando. Le doy Espavén (porque mi intuición me dice que posiblemente está inflamada por la sopa de brócoli que me comí en la tarde… mmm… ¿será eso?, ¿y si no, qué es?). A veces ya no tengo respuestas, no se me ocurre nada. NADA. Y dos horas después despierta, inquieta. Le doy Tempra, por si son las encías que le molestan. Nada. La arrullo nuevamente, le ofrezco pecho para que se calme (sé que no tiene hambre, hace una hora me dejó “vacía”). Una hora después, se duerme. ¡¡¡Ya son las 4 am!!! Y sé que a las 7:30 am se volverá a despertar, así que me acomodo y trato de dormirme (a veces, estoy tan cansada que me cuesta trabajo conciliar el sueño… otras veces tengo mejor suerte). A las 8 am el día vuelve a empezar.
No me quejo. Si algo funciona muy bien es que a las 8 pm como máximo, Bernardo y Eugenia están roncando. Entonces la casa se queda en silencio, y es cuando Vic aprovecha para sacar a pasear a Lacho, nuestro Lhasa Apso (o sea, nuestro perro), y yo regreso a apagar la compu que lleva en modo “stand by” unas 3 horas… Retomo algunos mails, escribo otro poco… y luego nos ponemos la pijama y decidimos qué vamos a cenar; lo preparamos o lo pedimos. Recogemos un poco la cocina, la sala, los juguetes… Y luego, si aún hay tiempo, platicamos un ratito para ponernos al día de nuestras vidas de adultos, o vemos alguna serie en Netflix (ahora estamos por terminar House of Cards… ¡qué seguirá después!?). Para cuando la serie termina (si no es que antes ya nos venció el sueño), son las 10:30 u 11 de la noche. ¡Así de rápido! Y entonces sabemos que “lo bueno” está por comenzar… Sí, Eugenia volverá a despertarse pronto (a las 11 pm), cosa que me parece perfecto pues es buen momento para darle su “última” toma de leche antes de irnos a dormir. Y entonces rezo: espero que esta sea LA noche en que vuelva a despertarse en unas 5 o 6 horas, como era antes, antes de las papillas y los dientes y las rozaduras… Pero hasta ahora, aún no regresa ese glorioso día… no todavía.
Afortunadamente –y esto es lo que más me sorprende y me parece “mágico”– a la mañana siguiente, Eugenia amanece como si nada, con una sonrisota que nos derrite, con su ya acostumbrado buen humor, a pesar de haberse despertado dos o tres veces por la noche. La escuincla sonríe, coqueta, y se ve más fresca que una lechuga, descansada, mientras yo, por el contrario, me aferro a la cama y me siento como un trapo. En la inercia, logro llegar a la regadera y, por suerte, el agua en la cara aún me hace efecto porque me despierta y de algún lado que aún desconozco me sale nuevamente la energía y, aunque no estoy como la lechuga, me siento casi tan fresca como Eugenia y lista de nuevo para continuar el día. Las mamás lo saben: será que esa fuente inagotable de energía proviene, precisamente, del mismo origen que nos la quita? Esos pequeños e inocentes escuincles que tanto adoramos, que nos dejan sin energía al final del día, son los mismos que nos alimentan y nos llenan de una fuerza interior aparentemente inagotable.
Hay un pensamiento que me anima: este cansancio y estos desvelos no serán para siempre. Y así arranca mi día, el que nunca concluyó del todo, y así sigue la vida…
Y tú, ¿tienes un bebé pequeño todavía? ¿Eres de las afortunadas porque tu bebé duerme toda la noche? O si tienes hijos más grandes, ¿recuerdas cómo le hiciste para que durmieran toda la noche?, ¡platícame! Sé que cada bebé es diferente y cada mamá también, por lo tanto, las combinaciones son infinitas así que cada historia es única. Pero los tips y consejos de otras mamás ayudan mucho. ¡Escríbeme!
Un beso,
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