Me acuerdo perfecto el día que te conocimos: eras el único perrito Lhasa Apso de la tienda, y el más asustadizo. Desde que te vi en la jaulita me enamoré de ti, peludito y divino, y cuando te sacaron para conocerte, más ternura me dio saber que tenías 4 meses, lo que te hacía un perrito “quedado”, porque a los 4 meses un cachorro de tienda ya empieza a ser “grande” y poco atractivo para vender… Te escondiste en un rincón cuando te sacaron, y provocaste en mí la mayor de las ternuras. Me necesitabas, y yo a ti. Nadie había querido llevarte, y seguramente eso te tenía temeroso porque, ¿cuántas veces te habrán sacado de la jaula para acariciarte y cargarte y, al final, dejarte en la misma jaula? Millones. Como un niño en un orfanatorio que nadie se quiere llevar… y yo andaba tristeando, necesitaba algo que me alegrara los días, así que llegaste a mi vida en el momento perfecto.
Vic pensó que comprar un perro era una locura: apenas teníamos 3 meses de casados, era muy pronto como para hacernos de una responsabilidad así. “Cuando viajemos, ¿qué vamos a hacer con él?”, “¿quién va a sacarlo a pasear, a limpiar sus cacas”… Como hicieron los demás, te dejamos en la tienda. Pero te me metiste a la cabeza, y al día siguiente fui por ti, sin avisarle a Victor, y así llegaste a nuestras vidas, para acompañarnos desde el inicio de nuestra familia. Y por 7 años sólo fuimos tu, Vic y yo.
Y llegó Bernardo, y te sentiste desplazado… y 5 años después otro bebé, Eugenia, y tú cada vez más desplazado. Dejaste de ser nuestro centro de atención, y te convertiste en el perro que siempre estaba ahí. Pero ese saberte siempre ahí nos hacía sentir bien, completos.
Siempre fuiste parte de nuestra familia, de nuestro mundito. Siempre nos hiciste sentir los dueños más orgullosos: “es una raza súper inteligente”, “nunca se ha hecho pipí dentro, y eso que nos hemos mudado mil veces de casa”, “no ladra, está en un nivel más zen”, “no da lata, no demanda mucho ejercicio”… y sí, todo eso era cierto. Eras un perro zen, ni la rata que se nos metió un dia a la casa provocó en ti el menor movimiento. Perdón si te lo reclamé. Perdón si empecé a perder la paciencia contigo cuando me convertí en mamá de estos dos humanitos (ya era mamá tuya, pero no era suficiente entonces…). Perdón si te quería alejar de mis bebés para que tus pelos sucios no los tocaran o tus estornudos no los infectaran. Perdón porque a pesar de que entendí que tu regresión a la infancia era una forma de llamarnos la atención, no quise hacerte demasiado caso. Perdón si mientras tú envejecías yo ya iba pensando en otro perro, “uno grande que sí cuidara la casa”…
Hoy nos dijeron que teníamos que dejarte ir. Que ya estabas sufriendo. Llevabas año y medio con tu enfermedad de la tráquea, que no te dejaba respirar bien. La famosa tos de perro. Pero en los últimos días empeoraste. Sin embargo, no esperábamos que este ya fuera “el momento”… que llegara el día en que nos dijeran que estás sufriendo, que ya la estabas pasando mal, que ya no ibas a mejorar, que teníamos que dejarte ir… Y después de unas horas, nos han hablado, te has ido, no me pude despedir de ti. Y me siento profundamente triste, porque ya no estás, porque mis hijos van a extrañarte, y sobre todo, porque a Victor se le ha roto el corazón. Al final, quien más te procuró, quien más te cuidó, quien todos los días de tu vida te sacó a caminar y a pasear, fue Vic, y sé que el corazón se le quiebra al tener que dejarte ir. Nos vas a hacer mucha falta. Nunca hemos estado sin ti. Esta familia que inició hace 14 años y en la cual estuviste los 14 años no va a ser la misma sin ti. Y sabemos que mucha gente te va a extrañar también, gente que te conoció y se encariñó por tu simpaticona personalidad.
Sí, eras un perro sabio… sí estabas en otro nivel. Dicen que los Lhasa Apso son los cuidadores de Lhasa, la capital del Tíbet, los leones que vigilan los templos. Y siempre te vi así: como un perro sabio, que estaba “en otro nivel de conciencia” (por eso no te inmutaban las ratas). Un tiempo, cuando vivíamos en un departamento que tenía un gran ventanal, te daba por quedarte mirando al infinito, para arriba, y nada te perturbaba. Y sin embargo, sentías todo. Nunca olvidaré tu compañía en mis días más tristes cuando perdí a mi primer bebé, ese que no llegó antes de Bernardo. Te quedabas en mis pies, sentías mi tristeza, sé que la compartías. Cuando murió mi papá, cuando Vic perdió al suyo… te dolía vernos tristes.
Y cuando llegaron los bebés, supiste que eran lo que yo esperaba y me diste mi espacio. Siempre estuviste ahí, siempre, y ya no vas a estar más…
Gracias Lacho por tu cariño. Es cierto que un perro puede convertirse en parte de la familia, es cierto que por muchos años fuiste nuestro único hijo, nuestro peluchito de juguete, nuestro compañero. Gracias por tu cariño, por tu lealtad, por tu ser de perro tan único. No eras como todos los demás perros. Te vamos a extrañar toda la vida.
Adiós Lachito…