Es verdad que cuando nace un bebé el ritmo de vida te cambia por completo. El bebé va a su ritmo (que a tu juicio es “lento”) y tú quieres ir más rápido, porque te has acostumbrado a vivir corriendo. Estás más acelerada porque quieres cumplir con todas las obligaciones que tenías antes, y con la llegada del bebé se añaden muchas más tareas a tu larga lista de ocupaciones, por lo que o le corres más o renuncias a muchas tareas para que te de la vida. Es mi caso. Y es difícil elegir a qué renunciar (aunque sea temporalmente). Estas últimas semanas desde que nació mi hija he querido seguir haciendo de todo: cocinar diario, escribir diario, subir contenidos al blog diariamente, freelancear, estar al pie del cañón de mi negocio, además de dedicarle a mi hijo de 4 años “casi” el mismo tiempo que le dedicaba antes de la llegada de su hermanita. Imposible.
La que corre, la que tiene prisa, soy yo, porque el ritmo de la bebé (y de cualquier bebé recién nacido) siempre es más lento que el de un adulto, y se nos olvida que nuestro día a día está sujeto, en mucho, a los tiempos del bebé. Yo no tengo nanas ni ayuda diaria con mi hija, y he decidido darle pecho exclusivamente por lo que, considerando que come cada 3 horas, me la paso prácticamente pegada a ella y mi agenda va en función de su rutina. Esto es algo que me provoca mucha ilusión, estar cerca, y que ahora, desde la perspectiva de un segundo hijo, me frustra menos que con el primero porque entiendo que el tiempo de lactancia y de los primeros meses del bebé son así, y ahora sé que pasan rápido, que no es algo permanente y sí muy valioso, algo único y hermosísimo. Procuro disfrutar cada momento porque sé que se va a ir… Sin embargo, no dejo de querer correr, de querer hacer más cosas…
Tengo la fortuna de trabajar por mi cuenta y en ese sentido, tampoco tengo que cumplir con un horario en una oficina. Pero organizar mis pocas horas “libres” también parece imposible. Vivo el día a día, como viene, como se van presentando las cosas. Hay días muy buenos, cuando todo se “acomoda” y resulta que mi hija duerme perfecto, que no estoy tan cansada, que mi hijo está en la escuela y no ha habido interrupciones. Entonces aprovecho y si los demás quehaceres y obligaciones están más o menos bajo control, escribo, cocino, tomo fotos, hago lo que más me gusta. Otros días son menos “afortunados”, como cuando algo tiene inquieta a mi hija y no para de llorar o de querer estar en brazos. Hubo un día (por suerte fue sólo uno) en que no durmió en toda la mañana, ni por la tarde… comía y comía, lloraba y lloraba… Yo estaba exhausta, no veía el final del túnel, pero en la noche hubo una “compensación” a todo eso: mi bebé durmió corrido 9 horas, cosa que no me esperaba, y entonces yo también pude descansar más de lo que duermo diariamente.
Eugenia ya tiene 6 semanas, es increíble lo rápido que pasa el tiempo (aunque haya momentos en que parece eterno). Mucho de mi día es como una repetición constante (le digo a Victor que es como el día de la marmota, que se repite una y otra vez): dar pecho, sacar el gas, cambiar pañal, cambiar la ropa, acostarla, tener dos horas “libres” para todo lo que hay qué hacer, y vuelta de nuevo… dar pecho, sacar el gas… Pero en esa rutinita, entre cada pasito de esa monótona rutina, hay instantes de gracia maravillosos que hacen que TODO, absolutamente TODO, valga la pena: cuando Eugenia me sonríe, cuando me hace pucheros o caritas que me dan mucha risa, cuando se me queda viendo y empieza a hacer sonidos guturales, como si quisiera decirme algo. Cuando nos comunicamos, a “nuestro” estilo, en el lenguaje mamá-bebé, y me descubro siendo la más ridícula, diciéndole que es una princesa, la más hermosa del mundo, y yo, la mujer más afortunada de la Tierra por tenerla. Entonces, nos miramos con una profundidad celestial, inatrapable, indescriptible. Y son esos momentos tan maravillosos los que me recuerdan que tengo la fortuna de estar viviendo una etapa única, irrepetible, fugaz… Es la ironía de la maternidad y de estos primeros días: la fugacidad que se funde con el tedio, con el ritmo lento y a la vez, eterno. O tal vez sea que ese ritmo lento, más pausado que el que vivíamos siempre, es en sí mismo irrepetible.
Besos
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