Hace un año no me sabía ni las tonaditas de los juguetes de bebé, ni las canciones infantiles, ni la programación de Baby First ni quién era Pocoyó. Pero tampoco imaginaba lo que era levantarse como zombie a las 3 am, a las 5 y a las 6, y ver cómo amanece mientras sigues arrullando a tu bebé, intentando que se quede dormido, por piedad, para poder irte finalmente a la cama. Hace un año no sabía, en pocas palabras, lo que era tener un hijo. Lo imaginaba nada más; juraba estar más que preparada pero ningún libro de todos los que leí pudieron comunicarme ni en un 10% lo maravilloso, emotivo, frustrante, agotador, increíble que era convertirse en mamá y ver evolucionar a tu bebé to-dos los días.
Por momentos extraño a ese pedacito/tamalito que ni se movía ni gritaba ni nada. A ese Bernardo que ya no es y que maravillosamente se ha convertido en un niño que da pasitos agigantados, tambaleándose mientras se aferra a lo que puede. Me gusta este casi-niño, que va dando cada día y con mayor seguridad, pasos para seguir explorando su mundo. Un mundo que a mí me parece, a veces, limitado y por momentos aburrido (la casa, su cuarto, la sala… la casa de su abuela) pero que para él representa un gran universo donde todos los días descubre algo nuevo.
El niño que ahora duerme en su cuna está tan lleno de vida como el primer día, pero ahora casi ni duerme, quiere explorar todo, estar en todo, tocarlo todo. Y la mamá que escribe estas líneas no tiene casi nada que ver con la que hace un año estaba en el hospital, llena de adrenalina, hormonas a reventar y una sensación abrumadora e inquietante. La novedad –y el terror– de los primeros días se han convertido en rutina, una rutina que ADORO, que me da certeza aunque muchos días, meses y semanas batallé con ese concepto. Hoy entiendo que la rutina te cambia drásticamente cuando llegan los hijos; que en efecto, la vida no vuelve a ser la de antes (y eso no te lo dice ningún libro, o casi ninguno) y que difícilmente puedes pre-definirla/ agendarla/ organizarla con un hijo a tu lado todo el día. Y esto no es ni bueno ni malo. Es. Y hay dos opciones: seguir intentando, desesperadamente, que tu vida vuelva a parecerse, un poquito, a la de antes (con la consecuente frustración de no conseguirlo) o fluir y permitir que la magia de estar a lado de tu hijo, de ese pequeño gran milagro, te alimente, te enriquezca, y te haga crecer al infinito…